Un adiós no siempre tiene por que doler.

Ponemos fin a un año que nos ha marcado a todos. Un año diferente, apocaliptico diría yo. Un año que ha marcado un antes y un después. Que ironico recordar como todos empezamos el 1 de Enero deseandonos feliz año nuevo unos a otros sin saber la que se nos venia encima. Quizá estas campanadas nos lo pensemos dos veces antes de pensar los objetivos del nuevo año. 

Lo que está claro esque este 2020 nos ha unido mucho más a las personas, y tambien nos ha alejado de muchas otras. Nos ha abierto los ojos en muchos sentidos, para darnos cuenta de cuantas cosas dabamos por hecho y posiblemente a partir de ahora comencemos a valorar mucho más que antes. 

En mi caso, he conocido a personas maravillosas, que han amenizado esos meses de soledad, que me han hecho sentir menos aislada y he podido cumplir uno de mis sueños de la infancia junto a ellas. Que me devuelven multiplicado por mil todo el amor que yo les doy, y eso no suele pasarme casi nunca. Tambien me he enamorado. He sentido esas famosas mariposas que tanto me gustan en el estomago, y aunque haya terminado vomitandolas por empacho, no lo borraría por nada del mundo. Porque a veces aunque las cosas tengan que doler por un tiempo, merece la pena seguir recordardolas. Y espero que con el tiempo el dolor mitigue y solamente me queden los recuerdos bonitos. 

También he aprendido a perder. No solo he perdido la libertad, algún que otro amigo, la sonrisa o un amor. No, a eso ya estoy acostumbrada. He perdido a la persona que menos queria perder en este mundo. La he visto apagarse poco a poco, y yo sin poder hacer nada para evitarlo porque a veces la vida es así de jodida. Supongo que es el ciclo de la vida. Supongo que algún dia dejará de doler tanto. Supongo que nunca te olvidaré, abuelo. 

Al igual este año, que se ha convertido en inolvidable. Que todos queremos desesperadamente dejar atrás, pero que a la vez, sabemos que una parte de nosotros nunca volverá a ser la misma después de todo lo que nos ha tocado vivir.