La boda maldita


Por fin había llegado el momento. Por fin estábamos en la iglesia, todos nuestros amigos y familiares, nerviosos a más no poder y luciendo sus mejores galas, el cura observándonos con expresión serena, y nosotros que parecía que estuviéramos al borde de un ataque de nervios. Yo miraba a Sergio llegar hacia el altar mientras cogía del brazo a su padre, que caminaba visiblemente emocionado  a su lado, la música que tocaba el coro de la orquesta sonaba de fondo y mis ojos soltaban lágrimas como si de un grifo a medio cerrar se tratase. Todo el mundo estaba centrando su atención en mí, y yo no sabía dónde meterme porque me estaba sintiendo avergonzada de repente.  Es un chico maravilloso, no podía haber escogido mejor persona para pasar el resto de mis días. Nos conocimos hace 10 años, inesperadamente, mientras esperábamos el metro que como siempre llegaba con retraso y empezamos a quejarnos de lo mal que funcionaba el metro, bla bla bla, y aquí nos hallamos ahora. Quien iba a decirnos que aquella conversación iba a derivar en el mejor momento de nuestras vidas unos años más tarde?

+¿Carolina García, acepta usted contraer matrimonio con el señor Sergio Redondo en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte os separe?

-Sí, quiero.

+ ¿Sergio Redondo, acepta usted contraer matrimonio con la señora Carolina García en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte os separe?

-Sí, quiero.

La ceremonia  estaba marchando perfectamente, el cura estaba pronunciando su discurso y la gente aplaudía y nos vitoreaba cada vez que dábamos respuesta a sus preguntas. Y entonces todo dio un giro drástico.

+Si alguien tiene algo que decir, es el momento, que hable ahora o calle para siempre.

Una mujer rubia, de unos 25 años, con un minivestido que dejaba poco a la imaginación y unos tacones de infarto, interrumpió nuestro momento.

-NO PUEDEN CASARSE! Llevo al hijo de Sergio en brazos, ¿pero es que no lo ve, señor cura? Este matrimonio no debería ser celebrado.

Entonces me fijé en el niño. Debía tener meses, y se parecía a su supuesto padre, con los ojos azules y una mata de pelo castaño asomando por su diminuta cabecita. La mujer lo sostenía en brazos mirándome con cara de pocos amigos, yo simplemente no daba crédito a lo que veía ni a lo que escuchaba y el resto de asistentes a la ceremonia estaban con la boca y los ojos abiertos de par en par, sin pronunciar ni una palabra. Yo inmediatamente recogí todas mis cosas y me volví a casa, evitando chocar mirada con cualquiera de los invitados porque me sentía terriblemente humillada y avergonzada. Mi novio, o marido, o lo que fuera, se quedó plantado mirándome marcharme.  

Horas más tarde estábamos discutiendo en casa.

+Cariño, te prometo que no he visto a ese niño ni a esa mujer en toda mi vida, tienes que creerme, no te he engañado jamás. Esa tía estaba loca.

Yo no quería ni escucharle. Llevaba unos minutos en silencio observándome llorar a moco tendido intentando solucionar un problema que para mi ya era irreparable. En vista del éxito, continuó hablando.

+Si quieres ahora mismo volvemos a la iglesia y le preguntamos, tarde o temprano tendrá que admitir que ha mentido la muy sinvergüenza.

De mi boca ya solamente salían insultos.

-Aquí el único sinvergüenza que hay eres tú, has arruinado el día de nuestra boda y me has dejado en ridículo delante de todo el mundo.  ¡¡TE ODIO, ERES UN MALDITO INFIEL!!!  Lárgate de mi vida y intentes llamarme nunca más, vete con tu zorra particular y tu hijo.

Al cabo de unas horas decidimos dejar de discutir porque no estábamos resolviendo nada y lo único que teníamos ahora mismo eran trastos aquí y allá que nos habíamos dedicado a tirarnos a la cara el uno al otro (muy maduro, si).  Las llamadas se sucedieron en los teléfonos de ambos, familiares y amigos que querrían ayudarnos o que querrían cotillear sobre lo ocurrido, quien sabe, pero yo no estaba de humor para cogerlo así que me dispuse a quitarme el  incomodo vestido de boda y a ponerme el pijama.

DING DONG DING DONG DING DONG DING DONG DING DONG DING DONG

El timbre sonó ruidosamente y yo puse cara de perro. ¿Quién demonios llamaba tan insistentemente a la puerta a las 12 de la noche? Sergio me llamó desde la entrada, y yo acudí a la llamada de mala gana. No te  imaginas la cara que puse al encontrarme a la persona que había destrozado nuestro matrimonio antes de comenzar en la puerta de nuestra casa, con el hijo siniestro en brazos. Estuve a punto de degollarla pero me paré a tiempo.

+ ¿Que quiere ahora la devorahombres de turno? – Espeté indignada.

Ella nos miraba a ambos con cara apenada.

-Solamente quería pediros perdón, me siento terriblemente arrepentida por el numerito que he montado en la iglesia y por romper un matrimonio tan bonito. Todo lo que dije es mentira, el bebé es mío y de mi novio, pero tenía envidia de vuestra relación y intenté meterme por el medio, lo siento muchísimo en serio. Carolina, jamás he tocado un pelo a tu marido, créeme. Entiendo que me odies, si te sirve de consuelo yo te he odiado a ti en silencio durante años aunque ni si quiera te conociera.

+¿¿¿COMO???  -Dijimos los dos al unísono ante las descabelladas palabras de Sonia, que así se llamaba la susodicha. Ella intentó explicarse.

-Soy compañera de trabajo de Sergio, y siempre estuve enamorada de él en la sombra. Él jamás notó mi existencia y yo nunca me atreví a acercarme a hablar con él, así que fueron pasando los años y yo iba escuchando cotilleos de los demás trabajadores hablando de una supuesta novia que él tenía. Yo no quería creerme nada porque me moría de envidia, pero llegó un día que me enteré de que ibais a casaros y entonces tuve que actuar antes de que fuera demasiado tarde. Pensé que mi estrategia funcionaria así que me colé en la boda sin invitación, pero lo único que ha pasado es que  me he dado cuenta de lo patética que he sido durante todo este tiempo por perseguir algo que jamás fue mío. Voy a decirle toda la verdad a mi novio, al igual que he hecho con vosotros. Os merecéis mis disculpas. No debería haber actuado como una psicópata celosa. Lo siento muchísimo, en serio.

Sonia se fue a su casa tras el discurso, dejándonos atónitos. Llamamos a todos nuestros familiares y amigos, y les dimos una buena noticia: Todo había sido un malentendido y la boda volvería a celebrarse, pero esta vez en un espacio privado fuera del alcance de locas psicópatas.

Al cabo de unos días, ya éramos marido y mujer oficialmente. Nos enteramos por compañeros de trabajo de Sergio que Sonia había roto con su novio y se había ido a trabajar al extranjero, así que no volvimos a saber de ella ni de su hijo.



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