La estudiante infiltrada.
+El artículo tiene que estar en mi mesa la semana que viene,
y no hay peros que valgan. Si no lo tengo el próximo Lunes, consideraré un
castigo para ti.
Tras escuchar las estrictas ordenes de mi jefa, asentí y corrí
a encerrarme en el baño. Tanto le costaba ponerse en mi lugar? Podría haberme
mandado cualquier otra faena y la habría aceptado gustosamente pero me había ido
a tocar la peor de todas. Y no, no era por la temática del artículo en sí, era
por los sentimientos que me removía internamente y que me taladraban.
Llevaba 10 años trabajando como reportera en el periódico local
‘Azul y Oro’ y había realizado artículos de todo tipo, (de moda, de noticias,
de reviews de películas y incluso entrevistas a alguna que otra celebritie) la mayoría bastante bien valorados por mis
compañeras y por mi jefa. Esta vez me habían encomendado la tarea de hacerme
pasar por una adolescente para convivir una semana como una alumna encubierta
del instituto de mi ciudad, y así escribir un estudio sobre como es la vida de los estudiantes hoy
en día y compararla con cómo había sido nuestra
juventud. Pero yo le veía pegas por todos lados.
- Difícil veo que pueda pasarme por una chica de 16 años a mis avanzados 30. Bendito sea el maquillaje.
- Y esto casi nadie lo sabe, pero mi época estudiantil no la recuerdo con demasiado cariño. Era la rarita de clase, la apestada, la marginada. Mis crueles compañeros me las hicieron pasar canutas y volver a traspasar las puertas del instituto que tan mal me hizo sentir va a volver a traer a mi memoria traumas que tenía ya olvidados y enterrados.
Pero por desgracia no me quedaba otra que hacerlo, así que
respiré hondo, me repetí mentalmente una y otra vez que todo iba a salir bien y
salí del baño que llevaba un buen rato acaparando. Intenté reciclar la ropa más ‘juvenil’ que tenía
en mi armario y me di cuenta de que vestía como una vieja, así que recurrí a
Bershka y a Stradivarius para comprarme ropa que me hiciera parecer joven y
alocada. Me maquillé como pude para disimular cualquier rastro que pudiera
delatar mi autentica edad y ingresé como alumna de bachiller del instituto Shadow
Lake.
No duré mucho.
Durante mi primer día de ‘clase’, no dejaron de asaltarme las miradas de
todos los estudiantes, algunas de curiosidad y algunas otras de rabia y no podía
evitar sentirme como la antigua Susana, esa niña reprimida y introvertida a la
que cualquier comentario le afectaba excesivamente. Ahora había cambiado y era
mucho más fuerte pero el instituto me hacia retrotraerme y sentirme vulnerable.
+Pero
mira a quien tenemos por aquí, si es Susana la Marrana. A ver que tienes hoy de
almuerzo… Un bocata de jamón york? Que asco. Dile a tu madre la próxima vez que
se lo curre un poco más anda. –Sandra tenía
por costumbre robarme la comida y cuanto más intentaba resistirme, más fuerza
emitían sus dos cómplices para que no me pudiera mover mientras rebuscaba en
mi mochila.
-Dúchate
anda, que hueles fatal. ¿Tanto empollar para los exámenes, y no eres capaz ni
de vestir como dios manda? ¿Así quien te va a querer? –Esta era Verónica, una de sus cómplices.
Sofía,
la otra que siempre iba pegada al culo de las dos matonas de clase, no dejaba
de reírse a mi s espaldas. A veces
pensaba que las tres actuaban así porque en el fondo se sentían inseguras, pero
aún intentando encontrar la razón no dejaba de ser horrible lo que hacían conmigo.
-¿Pero
no os dais cuenta de que se va a morir sola? Es su destino. Solamente sirve
para ser un bicho raro, por tener no tiene ni amigos.
Intenté respirar hondo y evitar que los flashbacks me bloquearan.
Tenía una misión que cumplir y no podía decepcionar a mi jefa o acabaría despedida.
Entré en la clase de Historia, en la que me tocó presentarme ante mis atónitos compañeros,
que no dejaban de analizarme de arriba abajo mientras hablaba. Me volví a
sentar en mi sitio, al lado de una chica llamada Alba, bastante parecida a mi
yo de 16 años con la que congenié rápidamente. Aquello me iba a salvar durante
mi semana, esperaba, al menos ya no tendría que andar sola por los pasillos,
pues daría bastante mala imagen de mí. Aún recuerdo mis humillantes comidas en
el instituto.
Estaba
sentada sola comiendo, como todos los días. El primer día de clase intenté
acercarme a un par de grupos pero ninguno me dejó sentarme con ellos, todos me
dedicaban miradas de asco y desagrado, así que no me quedó otra que buscar la
mesa más alejada y solitaria del comedor y pasarme toda la hora de la comida
escuchando los irritantes comentarios de todo el mundo. ‘Que triste lo de esta chica’, ‘La verdad es
que no me extraña que nadie quiera sentarse con ella’, ‘Mírala, que sola y que rarita’ eran algunos de los más
recurrentes.
Por lo que había estado observando a lo largo de los primeros 5 días
de clase, no habían cambiado excesivamente su comportamiento. Seguían estando
las típicas bandas (los populares, los empollones, los deportistas y los
artistas) aunque no eran tan elitistas como yo recordaba, pues no tenían ningún
problema en relacionarse unos con otros y mezclarse aunque no pertenecieran al
mismo colectivo. La gente en general era mucho más cercana entre semana, lo que
me ayudaba bastante a la hora de escribir mi artículo una vez llegaba a casa. Ahora
me tocaba afrontar el fin de semana rodeada de adolescentes y ver como se
comportaban fuera de su ambiente habitual. Había hecho planes con Alba para
salir de noche, y estaba arreglándome. Ya podía decir que por fin tenia iba a
salir de fiesta, y es que mis fines de semana solían consistir en quedarme
encerrada en casa estudiando mientras todos los demás se lo pasaban bien.
+ ¿Que
tal el fin de semana, Susana La Marrana? ¿Te han hecho mucha compañía los apuntes? ¿O has salido de fiesta? Ah, que tú no sales
de fiesta, no recordaba lo amargada que eras. Chao, bicho raro.
Como odiaba a la maldita Sandra.
Como odiaba a la maldita Sandra.
Aquella discoteca me ofrecía una visión terriblemente
descabellada. Todo el mundo bailaba arrimando cebolleta, todos iban con un
vestuario provocador en general el
ambiente estaba bastante sexualizado. La música también ayudaba, y es que el reggaetón
sonaba bien alto. Me pedí un par de copas para ir acorde a mis compañeras de fiesta
(allí todo el mundo llevaba unas copas de más) y intenté pasármelo tan bien
como pude. Pensar que de aquí estaba saliendo un muy buen artículo me estaba
levantando bastante los ánimos.
+Hola
Jorge – Me acerqué súper nerviosa al chico del que llevaba enamorada todo el
curso –¿Como estás?
Yo
intentaba entablar conversación como él como fuera, pero este no dejaba de
dedicarme miradas despectivas. Finalmente, un día después de llevar toda la
semana intentando conseguir su amistad, me soltó de malas maneras que no le
interesaba salir con una friki y que le dejara en paz. Me dejó destrozada y me
pasé todo lo que quedaba de curso intentando olvidarle.
Para mi sorpresa, aquella noche se me
acercaron un par de jóvenes con intenciones evidentes, aunque yo con mi marido
ya tenía suficiente, así que me escapé como pude de la situación. Había
superado la semana y no había sido tan difícil como me esperaba. Sí que había habido
algunos momentos de ansiedad en los que los recuerdos me atormentaban, pero sabía
como salir del paso. En aquel momento estaba intentando lidiar con mi resaca de
Domingo y dando los últimos retoques a mi artículo, del que estaba bastante
orgullosa.
En la oficina todos alabaron mi trabajo
entre aplausos y canturreos, y este salió publicado en la portada del
siguiente. Desgraciadamente Alba y el resto de mis ‘compañeros’ leyeron el artículo
y así fue como se enteraron de que todo fue un fraude y se disgustaron conmigo,
pero ya no me afectaba. Era uno de los gajes del oficio. Yo me sentía
terriblemente orgullosa de mi trabajo no solo por el artículo, sino porque
aquella experiencia me había ayudado a superarme como persona y ahora me sentía
alguien mucho más fuerte.
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